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jueves, 29 de marzo de 2012

MAPOMA. MADRID.

Esta mañana he leido un artículo de la revista de atletismo donde ponen notas interesantes sobre la Maratón de Madrid así que igual es relevante para los compañeros que se quierán presentar a la misma.
Me ha sobresaltado la entrada, donde pone que en la Maratón de la capital de España nunca sobran fuerzas pues siempre faltan al final, con la temida cuesta.
Todos los maratones son duros. El solo desafío de tener por delante 42,195 kilómetros es un reto monumental. Por eso se intentan suavizar al máximo. En el Mapoma es una obsesión. Pero en un maratón, el perfil no lo es todo. Ha de tener también un recorrido agradable, y por ello se buscan las zonas monumentales de las ciudades. Más vale un trazado entretenido con ligeras cuestas, que otro en descenso pero monótono. La mente acaba teniendo tanta fuerza, o más, que las piernas.
Y digo más, porque se da por hecho que quien sale a correr el maratón está suficientemente preparado para ello. Ha acumulado el número suficiente de kilómetros para que sus músculos y articulaciones soporten el esfuerzo. Las piernas, por tanto, no serán problema. Pero ¿y la cabeza?. Como no esté entretenida la mente, la carrera se puede hacer muy larga. Los malos pensamientos comienzan a dar vueltas, el cansancio -incluso su sola sensación- se acentúa, el sistema nervioso se pone en alerta y puede producirse un agarrotamiento real en las piernas.
Por eso es fundamental en el diseño de un maratón que el trazado ayude a mantener entretenido al corredor. Un buen ambiente ayuda muchísimo. Por eso el que se vive en Nueva York es difícilmente superable.
Las grandes ciudades hacen pasar la carrera por los lugares más carismáticos. ¿Qué se podía diseñar un recorrido más suave? Por supuesto. En Madrid mismamente, de El Pardo a la Caja Mágica, donde se juega todos los años el Masters de tenis, hay 21 kilómetros con sólo 40 metros de desnivel siguiendo la ribera del Manzanares. Algo más llano es difícil de encontrar. Pero no ya en Madrid, sino en cualquier otro lugar. Porque un 0,2% de desnivel, como el que hay entre El Pardo y la zona sur de Madrid, es insignificante. Para darse cuenta de lo que es esa pendiente, la salida del Mapoma es en cuesta arriba apenas se aprecia, pero la Castellana tiene un desnivel del 1,5% desde Colón hasta la Plaza de Castilla. El recorrido por ese 0,2% de inclinación ganaría en suavidad, por supuesto, pero a cambio resultaría de una gran monotonía, con un resultado fácil de imaginar para los corredores.
Los de cabeza quizá no, porque ellos ya llevan dentro su propia carrera, concentrados al máximo en el ritmo, en el esfuerzo, en los rivales y en la victoria. A estos les da igual correr en las avenidas de las grandes ciudades que por los páramos de los medios rurales. Ellos no corren, compiten. El popular, en cambio, necesita de otras motivaciones.
¿Qué a cambio hay cuestas? Son inevitables. Tampoco hay que verlas tan mal. Ayudan a variar el ritmo. Así no decae con la rutina. ¿Madrid es duro? Pues sí. ¿Tiene cuestas? Por supuesto. Pero tampoco es el Maratón Alpino de Madrid, con 5.300 metros de desnivel acumulado; ni el de la Gran Muralla China, por el que hay que materialmente trepar por escaleras para salvar pendientes del 30% que se prolongan durante tres kilómetros; ni el del Camino del Inca, que asciende desde los 2.500 metros hasta los 4.200; ni el del Olimpo, en Grecia, que parte del nivel del mar para coronar la cima del mítico monte, a 2.780 metros; ni el del Everest, que aunque tenga un recorrido descendente, desde los 5.184 metros, atraviesa altos collados. Al lado de todo esto, el Maratón del Mont Blanc hasta parece una broma: asciende sólo hasta los 2.200 metros. Nada que ver esto con Madrid. Una cosa son los maratones extremos y otra, los urbanos y auténticamente populares. Pero valga el hacer mención de ellos para mentalizarnos de que correr en Madrid no es ninguna proeza. ¿Qué hay que hacer?.
Simplemente, correr con la cabeza. El de Madrid es un maratón que tiene una cuesta importante y más que apreciable en el último cuarto de la carrera. Tras el paso por el Manzanares se inicia la subida hacia el centro de la ciudad, y a partir del kilómetro 35,5 se suceden los ascensos hasta la Plaza de Atocha durante 3,5 kilómetros, con una pendiente  media del 4%. Atención ahí. Eso ya es una subida apreciable. En ese tramo se registra un desgaste real. Hay que ralentizar el ritmo voluntariamente para poder recuperarlo en los dos últimos kilómetros, cuando ya el trazado se suaviza. Es entonces cuando se podrán hacer parciales similares a los de la salida, con lo cual se podrá macabar el maratón al mismo ritmo con el que se empezó. Como los campeones. La carrera habrá sido un éxito. ¿Esto a qué nos obliga? A una salida lenta, que nos vendrá muy bien, pues queda dicho que es en ligera cuesta arriba. Para ello, nada mejor que colocarnos en posiciones más retrasadas de las que nos corresponderían. Así tendremos por delante cientos de corredores, cuando no miles, que nos entorpecerán el paso, con lo cual iremos forzosamente más despacio de lo que quisiéramos hasta que no comience a dejar huecos el ingente pelotón. Primer objetivo conseguido, por tanto: salida lenta. Tendremos garantizado un correcto calentamiento y un mínimo desgaste de energías. Segunda fase a controlar: el descenso. Desde la Plaza de Castilla hasta la Casa de Campo hay 20 kilómetros con una clarísima tendencia a la bajada. Es poco apreciable, pero se deja notar. Con el cuerpo ya caliente, en gran estado forma y un prolongadísimo descenso al 0,8% por zonas monumentales de Madrid, uno vuela. Es un tramo donde se recupera en un periquete lo perdido en la salida. Y como no sólo se recupera, sino que se sobrepasa, ¡cuidado! Esas fuerzas que nos parecen sobrar hay que conservarlas para el tramo final ya indicado. Ahí, las fuerzas siempre nos van a faltar. Por eso, cuantas más guardemos, mejor. Correr con la cabeza es fundamental. Más que en ningún otro maratón.
Fuerzas. Repito: ¡Hay que guardarlas! A la salida de la Casa de Campo está ese tramo ya contado para el que hay que guardar todo. Corriendo así, con prudencia y estrategia, podremos acabar al mismo ritmo con el que comenzamos. Un ritmo valle, que comienza lento, luego se aviva y termina de nuevo despacio. Muchos populares lo han conseguido. Es la clave para terminar, disfrutar y conseguir la marca si la tenemos como objetivo. Y así, el Mapoma  tampoco nos parecerá ya tan duro.
Tercera fase: hacia el ‘muro’. Correr por la Casa de Campo es una trampa. Tiene cuestas aunque sean inapreciables, y del ambiente del medio urbano se pasa al del medio rural. Son siete kilómetros donde hay que cambiar el chip. Se ha acabado la euforia, los kilómetros se comienzan a notar y puede que el ritmo lo acuse. Encima, el ‘muro’ que amenaza a partir del kilómetro 32 está a punto de llegar. Todas estas son razones suficientes para ralentizar intencionadamente el ritmo, como en la salida, incluso sintiéndose uno bien y con fuerzas. Repito: ¡Hay que guardarlas! A la salida de la Casa de Campo está ese tramo ya contado para el que hay que guardar todo. Corriendo así, con prudencia y estrategia, podremos acabar al mismo ritmo con el que comenzamos. Un ritmo valle, que comienza lento, luego se aviva y termina de nuevo despacio. Muchos populares lo han conseguido. Es la clave para terminar, disfrutar y conseguir la marca si la tenemos como objetivo. Y así, el Mapoma tampoco nos parecerá ya tan duro. ,http://www.corricolari.es/

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